domingo, 20 de enero de 2013

El Metal: una historia de gritos, violencia, guitarras y AMOR

Cualquier persona que pusiera un poco de empeño en ver mi aspecto ya sabría cuál es mi estilo de música predilecto. Cabello demasiado largo para un científico chiflao al uso, camisetas demasiado negras debajo de la bata, y ruido infernal en vez de piezas de Wagner en la megafonía del laboratorio. Ahora que por fin el cabello cae como hojas en otoño o hilillosh de baba de la boca de Rajoy (humor de política ¡lo más!), es menester hacer una retrospectiva de cómo, cuándo, por qué, y sobre todo, qué demonios significa para mi vida el METAL. El plomo no, el otro, el de las guitarras elétricas y eso.




THE BEGINNING

Yo, como todo greñudo que se precie, miento como un bellaco cuando rememoro el inicio de mi afición a la música ruidosa y guitarrera, y cuento como mi primo me regaló una cinta grabada de Metallica cuando era pequeño porque me daba por saltar cuando ponía Seek and Destroy en su casa. Lo que es cierto, igual de cierto que el hecho de que esa cinta, prácticamente, no la he oído en mi puta vida, pero el jebi tiene que decir que nació con las pulseras de cuero y la camiseta de Motorhead aunque sea mentira y en su casa se oyera a Bob Dylan y a Simon y Garfunkel como en la mía, así que yo no voy a ser menos. Lo cierto es que no fue hasta bastante después que las guitarras eléctricas me llamaron la atención, concretamente cuando volvieron Bon Jovi con aquel disco, Crush, en el que salía It's my life y que todo Perry aún canturrea en los bares de fiesta. De ahí, me interesé por el resto de discos del Jon y compañía, y esencialmente, no es que me gustara el jebi, es que me gustaban Bon Jovi, y me lo flipaba con ellos mientras compraba discos de Estopa y OBK porque estaban de moda y aún me importaba una mierda que me vieran como un jodido outsider antisocial. Y uno de Aqua, pero porque me gustan. Así pasé los primeros años, con cintas grabadas de gritis jits de Bon Jovi y sabiéndome de memoria cada palabra del Slippery When Wet y del These Days, que eran los que me motivaban más.

Y me caía bien, el jodío. Y eso que hizo de maltratador en Cadena de Favores.


THE FIRST METAL YEARS

Allá por 2001 fue cuando se puso de moda el Nu Metal y en las desconexiones de una cadena local de mi pueblo empezaron a llegar videos de la MTV donde salían Linkin Park, Limp Bizkit, Korn, Slipknot y System of a Down. Por algún extraño motivo que aún se me escapa, estos últimos me engancharon de una forma sobrehumana, y esperaba horas delante de la tele a ver si salía otra vez el video de Chop Suey! Incluso llegué a comprarme el Toxicity y el Steal This Album y a pedir por ahí remixes, ya en CD, de grupos que no conocía pero que, por extraño que parezca, se estaban poniendo de moda. Así, tuve un disco con canciones de Sober, P.O.D., Guano Apes o Limp Bizkit que me grabó una chica de mi clase. También, por otro lado, me vinieron los primeros CDs grabados de Metallica y de Sepultura, de parte de un chico que iba a inglés conmigo y que se burlaba de que oyera “chándalmetal”. Ahora él lleva camisetas de SFDK y gorras de visera plana, para que vean ustedes como cambia la cosa.

No se si son Korn o House of Pain, la verdad. Sé que no son Public Enemy porque son blancos.


Por aquél entonces ya no me importaba tanto que la música que oía no le gustara a la gente. Total, ya leía Marvel y jugaba a rol, una rareza más no me iba a reportar menor cantidad de collejas y miradas de soslayo. Porque contrariamente a lo que parece que pasa en la actualidad, a los frikis, a los jebilongos y a los comiqueros, nuestros compañeros de la misma edad nos miraban mal. No recuerdo que ninguna persona mayor me hiciera el más mínimo aprecio, porque asumían que era cosa de la juventud y tal, pero sí que recuerdo gente de mi clase haciendo muecas cuando “el Tomás” y yo nos compramos la primera camiseta: de Metallica en mi caso y de Iron Maiden en el suyo. Teniendo en cuenta que íbamos a un colegio de monjas, igual uno pensaría que las monjas nos dijeron algo, pero la verdad es que éramos lo suficientemente inteligentes o mentecatos para no comprarnos algo demasiado "fuerte" y nunca tuvimos mayor problema con ello. Mi camiseta era del Black, ni siquiera la del martillo y la sangre del Kill'Em All. La de Sepultura y eso ya vino bastante después, y aparte del logo, tampoco tenía nada más, ya digo que  yo era bastante inocentón.

Pasar al instituto (hice toda la ESO en un colegio concertado) ayudó un poco a no sentirme en la soledad del corredor de fondo, porque era un instituto de barriete en el que ya había de esos alegres jovenzuelos que llevaban luengas melenas, pantalones de camuflaje y camisetas de Dimmu Borgir a los que en mi pueblo llamaban “rastrojos”. Por tanto, amplié miras, y si bien es cierto que me juntaba mucho con los que me pasaban cosas de metal extremo que oía una o dos veces y después desechaba (cosas como Disgorge y Goreflesh no es que fueran, digamos, my cup of tea), el punto de inflexión en mi vida fue el día en el que alguien me dejó un disco de Blind Guardian y uno de Pantera (aún a día de hoy, mi "tercer grupo preferido). Pero hagamos parada aquí, porque estamos ante el momento en el que el poder del metal inundó mi vida más fuertemente.




INTERNET IS FOR METAL

Oír a Blind Guardian cambió mi manera de entender el metal por completo. No sólo molaba, era hiper rápido, con estribillos pegadizos y gritos ensordecedores incapaces de ser perpetrados por un ser humano normal, es que encima HABLABAN DE FRIKECES. En plena ebullición de mi vena tolkiniana, me encontraba ante una gente que había dedicado un disco entero a El Silmarillion, y que hablaba de Dunemitología nórdica, BladeRunner y, en esencia, todo lo que me molaba. Me compré discos, me aprendí las putas letras, me aprendí el nombre de los componentes y me empollé la bio que aparecía en su web. Porque por aquél entonces, aparte de oír metal y jugar a las Magic en casa de un colega, íbamos a los cíberes a leer letras del Somewhere Far Beyond y jugar al Counter y a la Tipo a ver la sección de heavy, a ver en cuantos discos aparecían dragones o cosas de ciencia ficción. Así es como fuimos descubriendo a Rhapsody, a Gamma Ray, a Hammerfall, a Stratovarius, a White Skull, a Grave Digger y a deducir que esos tales In Flames y Machine Head eran “demasiado duros pa nosotros”.

A mis 15 años, ver esta portada era FLIPARLO.
Aunque siempre he dicho que Metallica es mi grupo favorito, y que One es seguramente la mejor canción de la historia del metal y punto (igual que Moonlight Shadow es la mejor canción de la historia de la música y punto), es cierto que los que me abrieron los ojos a todo el asunto del metal fueron los chavalicos estos de las Germanías, porque no sólo me gustaban a mí, sino a mis amigos también, y aún mi colega el Rosendo (era su apellido de verdad, lo juro), que era aficionado al Brutal Death Metal y el Apocalyptic Misanthropist Black Metal y que esencialmente se movía entre las sudaderas de Cannibal Corpse y las Unholy Trve Pagan Rebequitas de Lana, reconocía que había canciones de Blind Guardian que le flipaban. Había algo en esa gente, aparte del mero frikismo, que hacía que todo el mundo les adorase en mi pequeño círculo de amigos jebilongos. Cuando íbamos a casa del Rosendo a oír metal extremo, al principio yo tenía que insistir en que pusiera Script for My Requiem, que a él le gustaba, pero al final fue él mismo el que ponía esa y otras de la etapa más speedica de los Guardian, como Run for the Night. Fue él quien me regaló los discos de los proyectos paralelos de Luca Turilli y los de Angra, y el que durante mucho tiempo me estuvo grabando discos de ignotos grupos de Thrash Metal germánico y polaco como forma de "evangelizarme". Lo cierto es que poco a poco acabé reconociendo que había cosas, como Suffocation, Morbid Angel o Entombed, que no me entraban por las orejas como el Power Metal épico-pajero de Italia y Alemania. Pero también que había otras cosas, como Children of Bodom, Kreator o los mismos In Flames que me motivaban, pero esto es un salto adelante bastante serio, así que volvamos a los pequeños frikis de greñas a medio crecer flipando con la portada del Symphony of Enchanted Lands y mirando sólo de soslayo el Roots y el Tomb of the Mutilated.

Porque si flipaba con el anterior, con este no iba a ser menos, joder. ¡Es un puto dragón!

Si bien no me compraba los discos, cuando por fin tuve en casa conexión a internet, empecé a buscar canciones de esos grupos que eran brutos y cantaban como una alcantarilla, lo cual en aquella época era una pequeña proeza cuando las bajabas con una conexión que se cortaba cuando te llamaban por teléfono y que solo tenía tarifa plana por la tarde. No obstante, me hice con una pequeña colección de canciones de esas “tope duras” (mi primera búsqueda en el Kazaa fue “angel of death”), para atronar a los vecinos cuando ponían al Bisbal. Porque todo jebi que se precie tiene esa idea en la cabeza apriorísticamente: que lo mainstream es una mierda, que merece odio y desprecio, y que el metal da miedo a la gente normal, y que mola que le dé miedo. Tan asumido lo tenía que ya decidí ejercer mi pequeña rebeldía juvenil diciéndoles a mis padres que me iba a dejar el pelo largo e ir a un festi, cosa que les pareció bien. Así acabó mi rebelión. Y además mi padre me regaló una guitarra eléctrica para mi 17 cumpleaños, cosa que molaba porque no me ponían problemas con mis aficiones musicales, pero no molaba porque no podía quedar como el tío duro que todo jebi debe ser. Y por eso, por no poder ser ese macarra irredento al que se la suda todo y se rebela mucho, tanto Petrucci como yo tuvimos el mismo problema: nunca acabamos de ser jebis del todo. Sí, estaban las greñas, y las camisetas, y la guitarra, pero no la pequeña esencia de macarrería que era necesaria. Además yo por aquél entonces no bebía cerveza. Y Petrucci me aburría. Igual que ahora.


"Yo metal de ese no he hecho en mi puta vida, Doctor" declaraciones reales de Petrucci. Es que qué cara de bobolapolla tiene eh.


PREMÁTICA DEL DESENCANTO

Llegado a la Universidad, me di cuenta de un par de cosas: primero, que puede que en mi pueblo fuera raro que me gustara el metal, pero aquí había jebis a patadas; y segundo, que los jebis no eran más ni menos especiales que cualquiera de las otras tribus urbanas que existieran en el mundo. Molaba porque era la mía, y porque quedábamos en casas de gente a oír a Megadeth y juntar instrumentos para hacer grupos que duraban 4 meses porque nosequién se lió con otra y no se podían ver luego o porque uno estaba más a los porros que a tocar. Pero realmente el mundo jebilongo es igual de falso, superficial y posturero que otro. ¿Que cómo lo descubrí? Cuando llegué al mundo del “metal para mayores”. ¿Y qué es el metal para mayores? Bueno, digamos que es ese momento en la vida de todo jebi en el que descubre que, aparte de guitarra, bajo y batería y el ocasional teclado, se pueden meter más cosas en el metal. Pueden ser cosas que molen, como gaitas a lo Eluveitie, acordeones a lo Korpiklaani, cosas morunas a lo Orphaned Land (y su canción dedicada a Primos Lejanos y al Primo Balki , orquestas y corales enteras a lo Therion o violines a lo Skyclad. O pueden ser intermedios jazzeados en la descendente menor de fu aderezados con un violín que exprese el melifluo y decadente espíritu del músico poeta... vamos, una puta mierda.


Sois el cáncer, joder, EL CÁNCER

Y el problema es que mi grupo de amigos de aquel entonces eran aficionados a estos últimos , y claro, yo era un crío porque aún me gustaban Nuclear Assault en vez de apreciar la belleza y complicación de cosas como To-Mera, Epica, Burzum (el grupo de Barbie Kernes) u Opeth. Pero es que a mí, el Funeral Doom, el Black Metal, el Gótico encajero y el progresivo en general me aburrían de una forma inhumana, y aún cuando ahora me gusta UN SOLO DISCO de My Dying Bride, los sigo considerando géneros tremendamente aburridos y fuera de lo que yo siempre he buscado en el metal: el colegueo, el ruido y el menear las melenas. Cualquiera que entienda que el metal es eso y no otra cosa es mi amigo, en serio. Soy de los que quieren ruido, metal, cervezas, chicas y motos, como Manowar, probablemente el grupo que mejor ha captado lo que significa este mundillo, pese a que los jebis, una vez se hacen mayores y cultos y les molan los interludios acusticofestivos melancólicos, no lo quieren admitir. Pero en aquella época empecé a ir a bares y me di cuenta de una cosa: cuando ponían a Opeth, nadie parecía oír nada, pero cuando ponían el Hail and Kill, todo el mundo meneaba las melenas y le faltaba tiempo para poner las manitas en posición del martillo de Thor. Vamos, igual que ahora con el Gangnam Style, por mucho que vayáis de que lo odiáis. Siempre mantuve y mantendré mi postura en que Manowar es la puta esencia de todo esto: el colegueo, el molar más que el resto, el creerse los mejores, la arrogancia, el rollo homogayer y las motos. Si un tío te dice que es jebi pero que no le gusta Manowar, una de las dos cosas es mentira. Es un hecho.


Lo hacéis TODOS. 

En ese sentido, quizá conocer a Jiza y a Luisín fue mucho más productivo que conocer a ese grupo de amigos, ya que mientras estos últimos me levantaban la ceja y me torcían la boca por no haber oído la última mierda super-depresiva de Killing Joke o la nueva ultracreación acojonantemente compleja de Dream Theater (ambos severos coñazos para mí, y lo digo con conocimiento de causa, que a los Ziater los vi en directo), aquellos me pasaban canciones de power que hablaban de dragones o de Death Melódico adictivo, me encontraban en un concierto de Blind Guardian y me enviaban videos de Epica e Immortal pa echar las risas, y perdí la cuenta de las veces que Luisín y yo nos pusimos el vídeo de Cry for the Moon y el de Ice Queen para partirnos el ojal. Digamos que a estas alturas ya no me tomaba tan en serio el tema, ni era tan importante para mí pertenecer a un colectivo conectado por la música y las pintas como sí que parecía que lo era antes, y no asumía que a quien le gustara el metal era automáticamente mi amigo, porque la cruda verdad es que en el mundillo jebi hay tantos gilipollas como en otro, igual que hay la gente maja justa, igual que entre todos los colectivos que se toman a ellos mismos demasiado en serio. 


THE LAST YEARS

Hasta hoy, sigo escuchando metal. No soy de los que van a decir que el metal es una tontada de juventud y que cuando dejé de ser joven a los 20 se me pasó la tontería y me puse con la música buena, como tantas veces he oído. Sobre todo porque el guitarreo y las voces de ultratumba aún me siguen pareciendo guays y se me sigue yendo la cabeza cuando las oigo, factor importantísimo cuando hablo de música. También porque, como todo en mi vida, soy una de esas personas de gustos conservadores. Es decir, que si el cine, los cómics y los videojuegos que consumo son similares, parecidos, o incluso los mismos que cuando tenía 15 años, no es un problema para mí, así que menos aún lo va a ser cantar Blind Guardian a grito pelao o buscar, ahora no por Tipo sino por páginas web, grupos de esos que son “demasiado duros” y atronarme las orejas. Que a la vez luego esté oyendo a Zac Brown, a Loreena McKennit o incluso a ABBA es simplemente fruto de no ser un simplista y querer oír más cosas en mi vida. Pero no se engañen, queridos lectores, este Doctor, en el fondo, siempre tendrá un corazoncito de acero de los que decían Manowar.




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